miércoles, 5 de septiembre de 2012

No todo lo que es papel azul es dolar blue ®

Curso básico de economía monetaria.


Muchos en nuestros cursos de economía avanzada nos preguntan por esta frase, y nos preguntan puntualmente si los dólares blue son la nueva y reciente emisión del Tesoro de los Estados Unidos (conocido como FED por su sigla en inglés: Federal Estatement Dollar, lo que se podría traducir como Dolar Federal Estatal, o Estado Federal del Dolar, o algo similar). La cuestión es que si usted fue a comprar dólares al mercado paralelo, entregó billetitos pesos y le entregaron a cambio unos hermosos dólares recién impresos y de color azul en lugar del tradicional verde, no se preocupe mucho, no va a poder comprar muchas cosas con esos dólares azules, pero tampoco ya lo puede hacer con los billetitos de cien pesitos (el único papel azuladito de curso legal hasta ahora conocido es el billete de dos pesos).

Pero el tema que nos ocupa en esta ocasión es el origen de esta peculiar frase que titula el artículo. Contrario a lo que se podría creer, esta frase tiene un origen muy antiguo que se remonta a su hermana mayor: «no todo lo que brilla es oro». La impresión de billetes como la conocemos actualmente es una invención moderna del hombre, desde que los Estados Unidos imprimen dólares, los ingleses imprimen libras, los alemanes imprimen marcos o los italianos liras, pero no mucho antes. Algunos sostienen que el origen del papel moneda se puede remontar hasta Gutenberg, el creador de la imprenta en el siglo XV, pero esa idea es poco sustentable. Si bien el padre de la imprenta es este señor Gutenberg, él era de origen alemán y es bien conocido que durante toda su vida su objetivo fue inventar la máquina que le permitiera imprimir una Biblia en un décimo de tiempo de lo que la escribiría un copista, es decir, diez Biblias por cada una de un copista. Están claras sus intenciones: venderlas a precio rebajado, reventar el mercado de las Biblias y al final llenarse de plata. Y alguien podría proponer la tesis de que, en lugar de imprimir Biblias, podría haberle dado a la maquinita recién inventada e imprimir billetitos frescos, pero no es esto lo sucedido, y por una simple razón fundamental: Gutenberg era alemán y no argentino (de argentum: plata), por lo tanto nunca tuvo la suficiente viveza criolla para inventar la plata papel.

Descartada esta tesis, nos queda emprender la historia que nos avoca en este curso. «No todo lo que brilla es oro» se remonta a los antiguos reyes de los imperios que gobernaron unos seis siglos antes de Cristo en Asia menor. En aquella época la riqueza de los poderosos se medía fundamentalmente en ganados (que si lo traducimos a nuestra actualidad, podría medirse en hectáreas de soja), y la cantidad de ganado era lo que permitía comprar más o menos. Pero esta reserva de valor tenía sus evidentes limitaciones, cuando alguien quería ir a la feria a comprar un pantalón y llevaba una vaquita, se complicaba para darle el vuelto, ¿cómo se lo daban? ¿con un ternerito? podían en lugar de la vaca llevar sólo un cuarto trasero, y la vaca quedaba con tres patas, hasta ahí es aceptable, pero después de sacarle otra pata la vaca necesitaba muletas, y ahí empezaba a complicarse.

Por esa razón, un día apareció un rey que decretó a través de un DNU:

«A partir de hoy, siglo VII AC, nadie puede tener oro o plata (o su equivalente en dólares) para atesoramiento personal, sino que será el Estado Nacional y Popular el único que pueda atesorarlo y acuñarlo».

Y fue así como toda la gente tuvo que llevarle el oro a este buen señor, y a cambio recibía moneditas con una carita de un león, y esta moneda equivalía a un tercio del Stater, algo así como treinta y tres centavos de peso. Las ventajas eran varias: todas las monedas eran de oro o plata y tenían una pureza y un peso iguales, por lo tanto ya no hacía falta llevar oro y una balanza cada vez que alguien pretendía hacer un trueque. Y así todo el pueblo se manejaba conforme con estas moneditas. Como el oro era más escaso que la plata, las monedas doradas siempre valían más que las plateadas.

Conforme el tiempo pasaba, la estructura del rey iba creciendo, cada vez hacían más falta empleados públicos para mantener la casa de gobierno y los asuntos públicos, las carreteras y los carruajes oficiales (estos gobiernos todavía no tenían el Tango 01), gastos de estado varios y alguna que otra cometa, y las finanzas no alcanzaban. Y este problema sacaba de las casillas a su entonces ministro de economía, hasta que se les ocurrió la gran idea. A las monedas de oro, en el proceso de fundición, le empezaron a poner un poquitín, pero sólo un poquitín de plata para que el oro se estirara un poquitín más, pero sólo un poquitín y «que no se te vaya mucho la mano», le dijo el rey al fundidor. Y claro, la idea les gustó, porque ahora salían más moneditas doradas de las más valiosas, pero se notaban un poco pálidas. Entonces, el rey ordenó al fundidor que cuando estuvieran terminadas las monedas les pasaran un cepillito con blem y las pulieran bien bien, para que quedaran brillosas y lindas y nadie se diera cuenta. Así nació el electro.

Pero claro que la gente con la primera no se dio cuenta, pero después vio que la moneda cada vez era más pálida y no la querían aceptar, y empezó a popularizarse ahí el dicho que decía «no todo lo que brilla es oro», a veces es oro y plata fundidos.

Y así son los corsi y ricorsi del profesor Alberto, las cosas van y vienen, y hoy, unos veintisiete siglos después, nos encontramos con un peso multicolor débil y un dolar azul fuerte, pero resumiendo esta lección, no todo lo que es azul es dolar blue.

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